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¿Quien es Ana y quién es Mia?
He llegado a amar, aunque la expresión es fuerte, la anorexia. La anorexia es una parte de mi misma y no la rechazo, la acepto, no la olvidaré nunca

Estas son las palabras que una paciente expresó a Mara Selvini-Palazzoli en la década de los setenta. Hoy es frecuente ver que la anorexia y la bulimia son representadas por las pacientes como personajes con los que es posible relacionarse. Cada trastorno tiene ya su nombre propio, Ana para la Anorexia y Mía para la Bulimia.

No cabe duda que los trastornos de la conducta alimentaria han venido a formar parte de una transición epidemiológica de la cual todos hemos sido testigos en los últimos años. Tanto la anorexia nerviosa como la bulimia nerviosa han mostrado un incremento en su prevalencia, llevando a los investigadores de la salud a estudiar tanto la causa como el tratamiento de estas complejas enfermedades. Los trastornos alimentarios hoy en día representan un enorme espectro que ha permeado en diversos grados la vida de las mujeres de nuestro siglo. Incluso podríamos llegar a pensar que la preocupación por estar delgada bien podría ser actualmente un componente de la feminidad.
Las motivaciones que tiene una adolescente o una mujer joven para dejar de comer son muy diferentes (incluso contrastantes) a las que tenía una mujer de principios del siglo xx, o las de una mujer de la Edad Media o de inicios de la era cristiana. Hoy las anoréxicas sufren en carne propia los estragos de las demandas irracionales de nuestra civilización, tener un cuerpo delgado aún a costa de cualquier cosa, de lo que sea, a costa de dejar que el cuerpo se consuma solo; y para ello logran dominar una de las necesidades más apremiantes del ser humano: el hambre.
Las bulímicas en cambio, pagan el precio por sus ingestas compulsivas de comida, experimentando sentimientos de culpa y escondiéndose de la mirada de los demás. Pero ésto no les vasta, pues les es necesario vomitar o purgarse, para regresar aquello que creen ilícitamente haber tomado. No podemos dejar de mencionar el trastornos por atracón, el cual es padecido por los llamados “comedores compulsivos”, quienes no sólo experimentan la dificultad para controlar el impulso por comer sino que además deben soportar el estigma social de la obesidad. Como todos sabemos, la obesidad aumenta cada día más entre la población, haciéndola blanco fácil para trastornos físicos y mentales.

En cierta medida, todos hemos contribuido al culto a la delgadez, o por lo menos hemos tolerado pasivamente su expresión. Hemos presenciado en las últimas décadas en las portadas de las revistas y en los concursos de belleza a modelos desfilando ante nuestros ojos luciendo un cuerpo “anoréxico” (ya no podríamos decir “escultural”, ya que la escultura de la Venus de Milo, por ejemplo, resultaría demasiado obesa ante el patrón predominante actual).
Los trastornos de la conducta alimentaria cobran ahora un especial interés no sólo para médicos y psiquiatras, sino para sociológos, antropólogos, filósofos, historiadores y otros estudiosos del campo de las humanidades, debido a que forman parte de un grupo de enfermedades que están en gran medida moldeadas por los valores promovidos por nuestra cultura. Los trastornos alimentarios son uno de los fenómenos de nuestro siglo, fenómeno que debemos comprender y controlar pues eventualmente cobra vidas.